Durante años la forma más natural de dormir junto a
nuestros hijos ha sido blanco de fuertes criticas y ataques infundados. En
nombre de la ciencia se nos ha impuesto un estilo de crianza basado en el
desapego, la falsa independencia y la autoridad, cuyas consecuencias estamos aún
por descubrir.
Si hace cinco mil años le
hubiéramos preguntado a la mujer de las cavernas si era bueno dormir con sus
hijos, o se lo preguntamos a mujeres de la mayoría de los pueblos no
occidentales, no tendrían dudas. Dormir con sus hijos significaba darles seguridad,
alimentarlos con su pecho, evitar que se ahoguen, protegerlos del clima y de
las fieras salvajes que asechaban durante la noche, en fin, significaba garantizarles
la vida.
Hoy en día, particularmente
en las sociedades occidentales, los padres tienen ideas confusas acerca de “si
deben o no” compartir el lugar de descanso/sueño nocturno con sus hijos e hijas,
lo que también se conoce como Colecho. Por
lo general madres y padres viven con angustia la confrontación entre su deseo
de contacto estrecho y permanente con su bebé y las recomendaciones e
imposiciones del entorno, especialmente de médicos que ejercen su poder hasta
en nuestras habitaciones, convirtiendo la intimidad familiar en un asunto
público y hasta político.
El colecho es tan controversial
como desconocido es su origen e importancia para el ser humano. Dormir junto a
la cría es la forma biológicamente más apropiada de dormir para los mamíferos
humanos, producto de siglos de evolución que junto al amamantamiento ha
garantizado la supervivencia de la especie, razón por la cual no es sólo una
practica ancestral sino la más común entre las culturas del mundo.
Si esto es así, entonces ¿por
qué a buena parte de la humanidad se le ha inducido a dejar “dormir” solos a
los bebés?
Las razones nada tienen
que ver con el bienestar de los niños y las niñas, ni de sus madres, sino más
bien con la imposición de falsas creencias sustentadas en el modelo hegemónico
de familia patriarcal, que reserva el cuerpo de la mujer a la satisfacción del
deseo del hombre y nos hace creer que esta es la única posibilidad de “vida de
pareja” y por otra parte en una falsa noción de que el amor y el apego crea
niños y niñas dependientes. Estas creencias han contado con el aval de la
industria de la medicina y de la alimentación artificial que desde hace 150
años ha utilizado argumentos -en apariencia científicos- para justificar el alejamiento
temprano del bebé mamífero de sus padres.
Durante años los estudios
realizados sobre sueño infantil fueron elaborados utilizando bebés alimentados
con fórmulas lácteas y dejados dormir en solitario, produciendo resultados que
la ciencia luego se encargó de convertir en estándares utilizados posteriormente
para “medir” el comportamiento de todos los bebés.
Bajo este esquema, un bebé
normal es aquel que puede volver a dormirse sin ayuda de los padres después de
despertar durante la noche, lo que en otras palabras significa dormir toda la
noche. A los padres se les dice que cuanto antes sus hijos adquieran estas “habilidades”
mejor, ya que éstas determinan la capacidad futura de desarrollar autoconfianza,
independencia y buenos patrones de sueño.
Además de establecer un falso
patrón de normalidad para el sueño infantil, la ciencia ha sembrado terror
entre los padres al vincular el colecho al Síndrome de Muerte Súbita del
Lactante, ocultando que la mayoría de estas muertes se producen en bebés que duermen
solos y que son alimentados con fórmulas infantiles.
De esta manera, por muchos
años los padres han sido engañados. Se les
ha hecho creer que lo normal es que los bebés duerman solos y apacibles en
hermosas cunas y decoradas habitaciones. No se les ha dicho que junto a la
soledad del lecho vacío viene el llanto, un mecanismo de defensa de los bebés
que los conecta con la vida y el cual según “recientes” métodos conductistas de
entrenamiento del sueño infantil, también debe ser ignorado por los padres.
Tras sus teorías aparentemente
modernas, estos seudocientíficos esconden deliberadamente cómo son los bebés
mamíferos humanos y cuales son sus necesidades físicas y emocionales. Ni que
decir, por supuesto, que esta separación intencional del bebé genera una muy
rentable "industria de la independencia infantil": monitores, cunas,
lencería, protectores, etc.
La realidad es que los bebés nacen muy inmaduros y necesitan,
tanto como la leche materna y el oxígeno para vivir, el cuerpo cálido y el
latido del corazón de su madre asegurándoles que todo está bien como cuando se
encontraban en el útero materno. Al momento de nacer y por mucho tiempo el bebé
no logra reconocerse como un cuerpo distinto al de su madre, quien continua
siendo su hábitat.
Cuando un bebé duerme con
su madre se produce una sensibilidad sensorial especial, hay menos episodios de
llanto en el bebé, más tiempo de descanso para toda la familia y mayor
producción de leche materna. La proximidad entre el bebé y sus padres aumenta
las posibilidades de resolver con mayor rapidez cualquier evento que suponga un
riesgo para este.
Por el contrario cuando un
bebé es puesto a dormir lejos de sus padres, se presenta un comportamiento esperable
en el bebé mamífero humano: la protesta. El bebé llora porque percibe la
soledad con gran angustia. Sus instintos más básicos lo alertan de un gran
peligro y se expone al estrés producido por la gran cantidad de cortisol que
segrega su cerebro.
Estudios demuestran que se producen alteraciones en el
ritmo cardiaco y respiratorio, así como en la regulación térmica y metabólica,
además en el mediano y largo plazo existe una mayor predisposición a
enfermedades mentales entre los bebés que de manera rutinaria se les ha dejado
llorar.
Dejar a los bebés dormir solos desconoce su naturaleza
mamífera y pone en peligro su salud y su vida. Las madres y padres deben hacer
un esfuerzo en reconquistar la maternidad-paternidad natural entendiendo que no
se trata de un asunto individual, que debe llevarlos a un cuestionamiento
profundo de este sistema que pone en primera fila la reproducción del capital a
costa de la salud y la vida de los seres humanos, incluidos los bebés.
El colecho
en nuestros pueblos indígenas
En las comunidades indígenas Piaroa y Yanomami de nuestro
país, el colecho es una práctica habitual que forma parte de la vida diaria. La
noche transcurre en chinchorros colocados en forma de columnas, unos sobre
otros. Los padres duermen más cercanos al suelo, mientras el bebé más pequeño
siempre duerme con su madre quien cubre sus necesidades de seguridad, calor y
alimento.
Cada quien
debe escoger
El colecho es una práctica que abarca distintas formas de dormir
junto a los hijos, puede ser compartiendo la misma cama o colocando al bebé en una
cama aparte cerquita de la de sus padres donde se produzcan dos de tres formas
de contacto: visual, táctil, auditivo. Cada familia debe escoger la forma que mejor
se adapte a sus circunstancias particulares.
3 comentarios:
Comparto totalmente lo que plantea el artículo, dormir con nuestros bebés beneficia a madres e hijos, y es algo totalmente natural
Sarah, mi hija de 27meses duerme con nosotros desde q nació. Y ha sido beneficioso, ha hecho más extrecho nuestro lazo familiar.. Punto positivo para este articulo.
Q bello articulo. Carlota de 9 meses duerme con nosotros, duerme siempre a mi lado y boca arriba porq pide la tetica,eso me trasnocha aunque nunca le di importancia. sin embargo llego la hora de trabajar, necesito dormir suficiente al menos 8 o 6 horas pero estar amamantado a mi bebe cada hora mientras duerme no resulta. No se que hacer
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