Desde la perspectiva capitalista y el consustancial patriarcado que la reproduce, el enorme trabajo que realizamos día a día millones de mujeres reproduciendo y cuidando la vida de nuestros hijos e hijas, de nuestros compañeros y de los adultos y adultas mayores de nuestros hogares es invisibilizado, subestimado y considerado NO TRABAJO, por no producir mercancía y “circunscribirse” al ámbito de lo privado y por tanto considerado apolítico.
La enorme batalla que históricamente hemos librado las mujeres y que nos permitió incorporarnos al trabajo remunerado y reconocido socialmente nos ha llevado a asumir diversos tipos de trabajo en todas las esferas laborales, pero no ha significado una reducción en la jornada de trabajo doméstico, encontrándonos así frente a niveles aberrantes de explotación cumpliendo dobles y triples jornadas.
Además, la imposición de esta visión hegemónica acerca del Trabajo
nos ha llevado a negar nuestra propia feminidad y muchas veces a despreciar y
subestimar el valor de la crianza y trabajo de los cuidados de la especie
humana.
Nuestros espacios laborales, absolutamente masculinizados, niegan
e ignoran las especificidades de género, lo que hace que cada día cuando una
mujer embarazada o con un bebé pequeño asiste a su lugar de trabajo sea tratada
bajo la misma lógica competitiva y patriarcal imperante poniéndose en riesgo su
salud y la de su bebé.
La dinámica laboral en la que estamos inmersas la mayoría de las mujeres hace que cuando nos encontramos embarazadas el tiempo disponible para reflexionar, conectarnos y tomar decisiones trascendentales para la vida de nuestros bebés sea realmente escaso.
Esta carencia de tiempo para dedicarlo a la gestación está estrechamente relacionada con el alto índice de cesáreas que tenemos en nuestro país, rondando el 80%, y las bajas tasas de lactancia materna, dado que la mujer no dispone del tiempo para recibir información oportuna y veraz que le permita tomar decisiones acertadas que la liberen del enorme poder que la “industria de la enfermedad” ejerce sobre sus cuerpos y sobre sus bebés.
La dinámica laboral en la que estamos inmersas la mayoría de las mujeres hace que cuando nos encontramos embarazadas el tiempo disponible para reflexionar, conectarnos y tomar decisiones trascendentales para la vida de nuestros bebés sea realmente escaso.
Esta carencia de tiempo para dedicarlo a la gestación está estrechamente relacionada con el alto índice de cesáreas que tenemos en nuestro país, rondando el 80%, y las bajas tasas de lactancia materna, dado que la mujer no dispone del tiempo para recibir información oportuna y veraz que le permita tomar decisiones acertadas que la liberen del enorme poder que la “industria de la enfermedad” ejerce sobre sus cuerpos y sobre sus bebés.
La transformación de las relaciones de trabajo imperantes en nuestra sociedad aún capitalista debe ser centro de nuestro quehacer revolucionario y resulta imperioso comenzar al menos en nuestras instituciones públicas, donde impere la lógica socialista frente a la lógica del capital, poniendo por delante la salud y la vida como valores fundamentales.
Es imperativo que nuestro socialismo sea feminista y reconozca,
proteja y valore el Trabajo de Reproducción y cuidado de la vida. Que nuestros
espacios laborales se humanicen y abran espacios para el acompañamiento
solidario de la maternidad.
La construcción de una sociedad distinta que ponga por delante al
ser humano pasa por modificar radicalmente la manera como gestamos, parimos y
criamos y un cambio de esta naturaleza requiere del esfuerzo de la sociedad en
su conjunto.
La imágen que acompaña el artículo fue tomada de Internet.
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