La naturalización de hechos tan graves, probablemente tenga que ver con la forma y el lenguaje con el que se ha abordado el tema de cara a la opinión pública. El verdadero nombre de este terrible problema es Violencia Obstétrica, tal como lo define la legislación venezolana y que definitivamente le otorga una dimensión más realista del maltrato que viven diariamente miles de mujeres los días alrededor del nacimiento de sus bebés.
La violencia obstétrica es, sin duda, una de las demostraciones más palpables y cotidianas del sistema de dominación patriarcal que prevalece sobre las mujeres y se materializa en el secuestro de los procesos naturales que se desencadenan durante el trabajo de parto, la prohibición de movimiento, la aplicación de químicos y métodos artificiales para acelerar el parto, la agresión verbal y física hacia la mujer, la toma de decisiones sin el consentimiento de ésta, la negación a que la mujer sea acompañada; en fin, un conjunto de prácticas desempeñadas por el sistema industrial de salud que anulan las capacidades mamíferas de la mujer, imprescindibles para parir y cuidar a su bebé.
Uno de los grandes desafíos que enfrentan las personas y organizaciones que trabajan para crear conciencia colectiva acerca de este problema, es que al haberse hecho cotidiana esta forma de violencia, la mujer no percibe como agresión algunas acciones que ejerce el sistema de salud sobre su persona, sus familiares y más grave aún sobre su bebé, a menos que estas sean verdaderamente extremas.
Contrario a lo que se piensa, las mujeres no somos las únicas víctimas de la violencia obstétrica. Los bebés sufren agresiones similares a las que sufren sus madres, durante y tras el parto o cesárea. Esta concepción más amplia del problema está recogida en la Ley Orgánica sobre el Derecho de la Mujer a una Vida Libre de Violencia, la cual califica también como delito la separación de la madre e hijo sin justificación médica, el impedimento al apego oportuno y la negación de la posibilidad de amamantar al bebé inmediatamente al nacer.
Separar al bebé de su madre apenas nacer tiene serias implicaciones en la salud emocional y física del binomio madre-hijo/a, ya que impide que la cría al salir del útero vuelva al cuerpo materno que constituye su hábitat, donde conseguirá regular su metabolismo, respiración, ritmo cardíaco, temperatura y obtendrá el alimento permanente (leche materna) que le garantizará la salud y la vida.

Particularmente dos de los procedimientos practicados en la mayoría de los centros de salud trascienden el momento del nacimiento y son determinantes para el inicio del amamantamiento, afectando el tipo de lactancia que recibe el bebé (lactancia exclusiva o combinada) y la duración de la misma.

Entender que el amamantamiento es la continuación de la gestación del mamífero humano es imprescindible para comprender que la violencia que se ejerce sobre la mujer durante el parto y los días siguientes también es violencia contra los y las bebés, y de ese modo debe ser visibilizado en todas las acciones que busquen humanizar el parto y el nacimiento.
La imagen que encabeza este artículo fue diseñada por Deisa Tremarias.